El euro digital frente a la criptoeconomía

Poco después de que el Banco Central Europeo publicara, el pasado enero, los resultados de la consulta pública sobre el euro digital, aún no se ha dado a conocer oficialmente la decisión de la entidad respecto a su posible puesta en marcha. La previsión de que se anuncie una prueba piloto a partir del segundo trimestre de 2021 ya ha comenzado a preparar el panorama mundial para un irremediable cambio.

La propuesta europea es, sin duda, reactiva ante los movimientos internacionales de los últimos años, tanto por la aparición y puesta en juego de las criptomonedas como por la intención de Facebook de crear una criptomoneda  de gestión privada para sus más de 2.700 millones de usuarios, o el reciente anuncio de países como China, Suecia o Suiza del próximo lanzamiento de su propia moneda digital basada en blockchain y respaldada por sus respectivos bancos nacionales.

Sin duda, China está lo suficientemente avanzada en su proyecto como para obligar al resto de actores financieros internacionales a tomar medidas lo antes posible, a fin de no perder la posibilidad de ocupar un puesto en esta carrera que, de momento, está encabezada por el país asiático. Un poderoso acelerador ha sido la situación provocada por la pandemia del covid, que ha potenciado las operaciones digitales sobre las de efectivo con la “excusa” de los contagios por medio del contacto de superficies; pero ha sido sólo eso, el acelerador de una transformación digital financiera que ya estaba más que anunciada. ¿Qué pasará entonces con los servicios de pago a través de terceros como PayPal?

China apenas ha tardado en lanzar BSN, una red propia de servicios blockchain en la que estará basada su propia moneda, y con la que quiere ser uno de los proveedores internacionales de soluciones blockchain “low cost”. Frente a todo esto, el BCE ha declarado su intención de no usar tecnología blockchain en el euro digital, justificado en la estabilidad del euro frente a la volatilidad de los criptoactivos. Sin embargo, la realidad es que el BCE está tratando de posicionarse frente a un mercado sobre el que no puede ejercer ningún control, y que compite directamente con la moneda europea.

Estamos ante un punto de cambio fundamental en el panorama económico mundial, que comenzó con el lanzamiento del Bitcoin en 2009. Las criptomonedas han creado una economía paralela a los canales oficiales, que permite operar de manera segura pero totalmente anónima, un caramelo para los mercados de la dark web, que no tardaron en ver las enormes ventajas asociadas, de tal manera que en febrero de 2020 se estimaba que las operaciones ilegales mediante Bitcoins creció en un 60% y movió más de 600 millones de dólares. De alguna manera, a los bancos les da más o menos igual operar con euros, dólares o criptomonedas siempre y cuando puedan cobrar su comisión, pero el caso del BCE es distinto, porque su negocio está en hacer negocio con el euro.  Actualmente la mayoría de los bancos operan en dólares, lo que supone el 60% de las reservas de divisas, y en segundo lugar está el euro, aunque sólo supone el 20% de las reservas. Sin embargo, con la puesta en juego del yuan digital, esto puede cambiar drásticamente, y poner a China a la cabeza, desplazando al hasta ahora todopoderoso dólar, lo que también afectará a la moneda europea.

Las monedas digitales, además, podrían permitir a sus emisores controlar totalmente el recorrido de cada moneda digital y de las operaciones mediante las que se mueven, incluso cuando estas traspasen sus fronteras, una expectativa que no termina de gustar.

Una vez más, la rueda de la historia gira y agita hasta los cimientos lo que parecía sólido e inamovible. No es la primera vez ni será la última.

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