Por Fátima Gordillo
Cuando hace unos años, coincidiendo con la crisis de 2008, se dio a conocer la minería de bitcoins, se produjo un fenómeno similar al de la fiebre del oro, que se dio en California desde casi mediados del siglo XIX hasta más de la mitad del siglo XX. Hoy, las criptomonedas forman parte del lenguaje popular, y hasta se puede consultar una lista de millonarios en bitcoins o las cotizaciones diarias, en las que un solo bitcoin alcanza (a la fecha) precios cercanos a los 15.000€.
El bitcoin ha supuesto una revolución de dimensiones aún por explorar, pero no sólo por la cuestión financiera. Lo cierto es que, por muy “futuristas” que nos parezcan las criptomonedas, en esencia no son más que otra convención sobre los elementos a los que otorgamos valor, no muy diferente del dinero que ya manejamos actualmente en forma de billetes, monedas o tarjetas. La verdadera revolución del bitcoin fue, y sigue siendo, el protocolo blockchain en el que se basa.
La enorme importancia del blockchain radica en la forma en la que está diseñado. A grandes rasgos se trata de una base de datos en la que se almacena información que podemos consultar o modificar, sin embargo, mientras que en las bases de datos tradicionales la información se encuentra más o menos centralizada, en el blockchain está distribuida en multitud de bases de datos sincronizadas entre sí que incorporan, sin posibilidad de pérdida, todas las operaciones que se realicen a través de este sistema. Además, cuenta con una clave pública de encriptación[1] y un algoritmo de consenso[2]. Esto hace que sea, a día de hoy, el equivalente a un descomunal y exhaustivo libro contable a prueba de manipulaciones y, por tanto, de falsificaciones.
La tecnología blockchain ha abierto, por tanto, una puerta esencial para el desarrollo de multitud de aplicaciones relacionadas con los más diversos sectores. El blockchain puede garantizar la inviolabilidad de las transferencias bancarias o los pagos, permite verificar identidades o títulos de propiedad, legitimar procesos electorales online, controlar el transportes de mercancías, asegurar los sistemas de almacenamientos online, gestionar con transparencia las cadenas de suministros, proteger los datos médicos, gestionar los cobros de derechos de autor y cualquier otra actividad en la que sea necesario certificar o autentificar algún dato. El uso de los protocolos blockchain se ha convertido en protagonista indiscutible de la trastienda del numerosos sectores, y especialmente del sector fintech, actor clave en el futuro de la recuperación económica. En un entorno en el que los desplazamientos quedan limitados, numerosas actividades profesionales se paralizan y se generaliza la exigencia de las gestiones online, es esencial poder garantizar con seguridad la identidad de los usuarios, así como la validez de las operaciones financieras o la integridad de los contratos y los certificados de compra. Esa garantía se llama blockchain.
[1] Esta criptografía de clave pública es lo que permite identificar el acceso a la información que contiene.
[2] Es el mecanismo por el que se validan las transacciones y se garantiza que se ha respetado el protocolo.