De la colección de sellos al cromo de fútbol digital

por Nicolás Julia, CEO de Sorare

Desde el principio de los tiempos han existido coleccionistas: de conchas, de monedas, de sellos, de cucharillas de plata, de muñecas… Siempre objetos que se guardan, se intercambian y, a veces, se venden o subastan por cantidades millonarias. El espíritu de ‘tener’ algo que nos encanta y que otros no tienen no ha cambiado en siglos, pero sí lo están haciendo el ‘qué’ y el ‘cómo’.

Ese mundo del coleccionismo vive ahora una nueva era gracias a la llegada de la tecnología blockchain y a los llamados tokens no fungibles (o NFT, por sus siglas en inglés). Los mismos objetos, o casi, pero virtuales: no ocupan espacio físico, no se pierden, mojan o rompen, y pueden ser igualmente raros o únicos. Si hablamos de blockchain enseguida se nos vienen a la mente las famosas criptomonedas, pero aparte de estas, por la cadena de bloques pueden circular estos tokens que pueden ser, desde una obra de arte digital hasta un documento de propiedad de una vivienda, pasando una fotografía exclusiva o…, ¿por qué no?, un cromo de fútbol. Cualquier cosa, en realidad, que sea un objeto o bien digital puede ser también comprado, intercambiado o subastado con seguridad y confianza en su veracidad y ‘unicidad’ utilizando la tecnología de bloques.

Un NFT, por definición, es único (debe disponer de un contrato NFT que garantiza que no se puede replicar y cuál es su número limitado. Por ejemplo, las acciones de una empresa); transparente (cualquier usuario en cualquier momento puede consultar el registro electrónico que le indica, sin lugar a dudas, de dónde viene ese activo y por dónde ha pasado antes de llegar a ese punto, lo que evita fraudes y copias ilegales), independiente (y puede ser utilizado y activado en distintas aplicaciones descentralizadas, no importa de qué empresa, incluso algunas que aún no han sido creadas. Y está alojado en el dispositivo del usuario, no en un servidor de cierta empresa) y no se deteriora ni pierde calidad con el tiempo (es lo que quiere decir ‘no fungible’).

Nativos digitales y globalización

Esta tendencia del coleccionismo NFT ha llegado con fuerza y se está expandiendo rápidamente no solo entre las nuevas generaciones de nativos digitales, que prefieren la tecnología frente a lo físico, sino también en otras de aficionados que han visto mermada su capacidad de ir al campo a seguir a su equipo a causa de la pandemia, o incluso promovida por los propios clubes que encuentran en ella una nueva fuente de ingresos.

Y es que, en el caso del deporte, las ventajas de estos tokens son aún mayores, ya que además de ‘poseerlos’, podemos jugar con ellos (hay ligas de fútbol fantasy en las que cualquiera puede participar, tomar decisiones y ganar…, o perder) y crear comunidad con otros aficionados estén donde estén, e incluso con los propios jugadores profesionales. Ya no se necesita ir a la ‘plaza de los cromos’ o a lugares especializados para intercambiar y encontrar los más deseados, sino que la red de redes les da la posibilidad de llevar a cabo ese intercambio a nivel mundial: solo hay que llegar a un acuerdo y la transferencia de propiedad, mediante la tecnología blockchain, hace que el activo digital pase a nuestro ordenador de manera segura e inequívoca. Es disfrutar del deporte en la nueva era. El fútbol, por su gran difusión e implantación en la sociedad, está siendo la punta de lanza, pero sin duda le seguirán otros deportes igualmente masivos como el baloncesto, el rugby, el ciclismo… 

Las posibilidades de futuro son enormes, y la inversión de grandes firmas y de particulares expertos en este mundo, como futbolistas de reconocido calibre no solo por sus hazañas en el campo sino también por su labor como empresarios lo avalan, como Griezmann o Piqué. Para ellos, licenciar los derechos de sus jugadores y sus colores es también una interesante fuente de ingresos y, cómo no, de difusión mucho más allá del terreno de juego, de su liga local o de los campeonatos internacionales, ya que pueden abrirse a segmentos de aficionados en otras geografías (sin esfuerzo físico ni giras promocionales) o bien a jóvenes que tal vez no estaban interesados en el deporte en sí, pero que sí lo están en los juegos virtuales o, como apuntábamos al principio, en el coleccionismo NFT.

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